martes, 10 de febrero de 2015

La vida Universitaria.


LA UNIVERSIDAD.


            Hoy como ayer la Universidad se presenta con una nota singular y exclusiva: es la institución de cultura y educación de orden superior, es “un centro incomparable  de creatividad y de irradiación del saber para el bien de la humanidad” , como expresa en su introducción la Constitución apostólica  “Ex corde ecclesiae” . Por ello, es la institución de investigación y creación de la cultura, que goza en la búsqueda de la verdad en todos los ámbitos del conocimiento.

            La vida universitaria se fundamenta en la investigación que realizan sus profesores para penetrar con profundidad en el área disciplinar o de la especialidad, y en los hábitos de estudio superior que se tratan de formar progresivamente en los alumnos. La formación de hábitos y de habilidades para la investigación es esencial en el ámbito académico universitario. Profesores y alumnos para poder acrecentar y actualizar constantemente los conocimientos necesitan poseer con soltura los métodos de investigación del propio campo del saber, al par que un hábito de estudio profundo, guiado por el amor a la verdad. “Es en el contexto de la búsqueda desinteresada de la verdad que la relación entre fe y cultura encuentra su sentido y significado”, sostiene Juan Pablo II en el mencionado documento.

            El desarrollo de los hábitos de indagación enriquecen a la persona del investigador y contribuyen a su continuo perfeccionamiento. El esfuerzo por el estudio no es vano; al contrario, deja ver el beneficio en la obra lograda para bien de la humanidad.

            La dedicación a la investigación requiere, por parte del investigador universitario, una capacidad de resistencia ante las solicitudes o llamados de la acción. Esto no significa dar la espalda a las reales necesidades de servicio a la sociedad sino priorizar tiempos y dedicaciones, en razón del valor de la creación cultural y de la propia contribución al perfeccionamiento integral de los hombres.

            En nuestro país, “promover el desarrollo de la investigación” es uno de los objetivos de la educación universitaria, explicitado en el artículo 4 de la ley de educación superior. La investigación debe constituir el marco de sostén de la docencia universitaria y potencializar las actividades de formación de investigadores tanto en el claustro docente, en la comunidad de la cátedra, como entre los alumnos y graduados.

            La investigación que incluye los aportes actualizados de la propia especialidad, a nivel nacional e internacional, y las relaciones interdisciplinares, constituye una de las fortalezas que debe cuidar la docencia universitaria.

            Es bien conocido que muchas universidades sólo posibilitan investigar a quienes ya se desempeñan en la docencia, como un modo de facilitar la formación profesional en la disciplina académica en la cual van obteniendo mayor especialización. Sin embargo, es necesario tomar conciencia de que la institución de educación superior debe posibilitar a todos los miembros del claustro de profesores la participación en proyectos de investigación, también a quienes se inician en la carrera docente universitaria, ya que la fuerza o fortaleza de la docencia dependerá, en buena parte, de la posesión de la verdad investigada.

            Si bien el valor de la investigación es claro y evidente a nivel teórico, las casas de altos estudios no han llegado a concretar el sueño de formar investigadores sistemáticamente, es decir, a través de una carrera propia en la investigación. Y también son escasas las unidades académicas que cuentan con proyectos o incentivos para la labor investigadora. Estas limitaciones o debilidades de corte institucional no deben opacar los esfuerzos realizados en forma personal por muchos docentes universitarios, pero deben constituir un llamado a la implementación de acciones concretas en un área esencial.


Investigación y docencia superior.


            La investigación constituye uno de los ejes esenciales. Ser un estudioso del propio campo disciplinar del saber es condición necesaria para la docencia; condición necesaria pero no suficiente, dado que también es imprescindible la adquisición de competencias específicas en torno a la comunicación didáctica del saber.

            Saber bien aquello que se quiere enseñar no basta. Se necesita saber codificar los contenidos desde la perspectiva pedagógico-didáctica. Se necesita poseer estrategias metodológicas adecuadas para la trasmisión del saber. Esto no significa una fría tarea racional y técnica de obtención de ciertas competencias metodológicas cognitivas, ya que la finalidad de la educación universitaria es la formación integral de la persona del alumno, aunque en la labor inmediata prevalezcan las acciones de corte intelectual y académico.

            El rol profesional del docente universitario exige la integración de la investigación y de la docencia, ambas con un nivel de excelencia, de modo tal que ser un buen investigador no sea excluyente de ser un buen profesor. Al contrario, el buen profesor incluye al investigador de su especialidad al par que denota la posesión de las competencias propias para la intervención en la enseñanza.

            Son variados los estilos de docencia superior pero en todos ellos el docente debe asumir el rol mediador entre la cultura propia de su campo disciplinar y el estudiante que la tratará de comprender y asimilar. La mediación del profesor se centra en la promoción y el acompañamiento del alumno en su proceso de aprender; una mediación con sentido de presencia, que acompaña y actúa intencionalmente en vistas de lograr un perfeccionamiento en el alumno, valiéndose de la enseñanza de los contenidos de la cultura superior especializada.

            Muchas de las intervenciones que realiza un docente en la clase son fruto de las investigaciones de temáticas de su campo disciplinar, conjugadas con sus experiencias en el aula, y armonizadas por su capacidad de comunicabilidad didáctica. Otras intervenciones las elabora creativamente en razón de las ocasionales preguntas, acotaciones y aportes que realizan los alumnos.

            El docente en todos los niveles educativos pero en forma especial en el ámbito universitario debe formarse en una pedagogía de la comprensión, que va más allá de la posesión del conocimiento y de la información porque apunta a capacitar a la persona para que pueda realizar cada vez más complejas actividades de comprensión y para que pueda aplicar el conocimiento que posee.

            Un profesor competente, en una buena presentación didáctica, incluye formas dialogadas junto con las expositivo-explicativas que permiten sistematizar y dar fundamento al saber y a los puntos de vista sobre éste. Algunas actividades de comprensión son corrientes en la Universidad, tales como: la explicación argumentativa, la justificación, la comparación, la enunciación, la práctica reflexiva, la ejemplificación, la contextualización, la generalización, entre otras.

            Progresivamente el profesor debe lograr mejores niveles de comprensión dentro del propio contenido cultural, apelando a representaciones potentes que hagan las cuestiones más comprensibles para el alumnado.

            Los actos de enseñanza y de aprendizaje transcurren en el aula, en el laboratorio, o en el             ámbito más adecuado según el propio saber, y adquieren una configuración singular, según la comprensión docente de la operatividad de la clase.

            Las inter-actividades entre docentes y alumnos o las de los alumnos entre sí que se suceden durante las horas de clase posibilitan ir concretando las intenciones educativas. Para que esto así ocurra es fundamental que el docente anticipe las exigencias intelectuales teóricas o prácticas de las acciones que realizarán los alumnos.

            En ocasiones, en el aula se ponen de manifiesto las debilidades del docente en su accionar didáctico o en la falta de suficiente conocimiento psico-socio-pedagógico de las actividades a implementar para facilitar la comprensión o la retención del saber.

            Así, por ejemplo, aún falta en la docencia superior una reflexión y una valoración acorde acerca de las ayudas que brindan los organizadores de la información, ya sea configurados conjuntamente con los alumnos durante el desarrollo de la clase, o presentados ya estructurados, con el empleo de algún medio tecnológico. Los organizadores ayudan a dar claridad y precisión a las explicaciones de los docentes, sobre todo en aquellos campos del saber en los cuales los procesos cognitivos tienen preponderancia. Una explicación clara y precisa, apoyada en una buena presentación de la red semántica, ofrecerá mayor eficacia educativa que una pura exposición.


            También es muy importante para la operatividad de la clase que el profesor explicite los procesos de pensamiento que deben realizar los alumnos para aprender mejor cada tipo de contenido. Cada día el docente debe ser más conciente de los hábitos y habilidades que pretende formar en los alumnos, y de los vínculos entre los procesos cognitivos y los contenidos del saber. Esto significa que las rutinas que establece el docente durante la clase deben dejar de ser ciegas y pasar a inscribirse entre las prácticas didácticas bien fundamentadas, con conciencia de los procesos cognitivos recíprocos para alcanzar las intencionalidades educativas que se propongan.

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